Sevilla y Japón. 400 años de embajada japonesa
SEVILLA Y JAPÓN, 400 AÑOS
28 de octubre de 1613. Cerca de Sendai, en la costa nororiental de Japón, salió hacia Nueva España el San Juan Bautista, un navío construido por Date Masamune, señor del “reino” de Mutsu, célebre por sus éxitos militares y por su carácter emprendedor. Así comenzó el largo viaje de una embajada que tenía tres puntos de destino fundamentales: Sevilla, capital del comercio con las Indias; Madrid, residencia del rey Felipe III, y Roma, la sede del papa Paulo V. Durante siete años, conocidos en la cultura japonesa como Misión Keicho (1613-1620), los embajadores de Masamune y su séquito realizaron un itinerario realmente impresionante, atravesando por dos veces los océanos Pacífico y Atlántico, navegando por el Mediterráneo y recorriendo Méjico, España, la costa francesa e Italia. Esta aventura fascinante debe situarse en el contexto de lo que se conoce como “el siglo cristiano de la historia de Japón (1543-1640)”, período comprendido entre el comienzo de los contactos con Occidente y la supresión de estos a raíz de la prohibición del cristianismo en las islas.
Los protagonistas de la embajada de Masamune, uno de los más poderosos daimyos (señores feudales) de su época, fueron su embajador, el noble samurai Hasekura, y el sevillano fray Luis Sotelo. Este último, fraile franciscano descalzo, pertenecía a una ilustre familia de Sevilla, vinculada al gobierno de las Indias y de la ciudad. Sotelo convirtió al cristianismo a Masamune y lo convenció para financiar la embajada, al objeto de solicitar al papa nuevos impulsos para favorecer la cristianización y al rey español y a Sevilla ayuda para establecer relaciones comerciales directas entre los territorios japoneses y españoles. El fraile sevillano, verdadera alma de la embajada, tuvo además un papel fundamental como traductor y como intermediario con los tres destinatarios de la misión diplomática. Sus actuaciones revelan un hondo compromiso con sus convicciones religiosas, mezcladas con unos proyectos personales defendidos con enorme energía y no poca soberbia. Un gran representante de la espiritualidad barroca, a la vez místico y hombre de mundo.
Entre los testimonios que han llegado hasta nuestros días de esta embajada destaca un documento conservado en el Archivo Municipal de Sevilla. Un documento realmente singular. Esta “carta japonesa” parece que fue escrita por el propio Masamune, pretendiendo establecer relaciones amistosas y comerciales con Sevilla, a la que califica como “la más conocida y muy ilustre entre las naciones del mundo”. Está escrita en papel de arroz y sorprende no sólo por su tamaño y contenido, sin duda inspirado por Sotelo, sino también por su decoración de fondo a base de elegantes elementos vegetales y finas láminas de oro y plata. Es un documento y a la vez un regalo realmente excepcional.
La embajada arribó a Sanlúcar de Barrameda y de allí a Sevilla, permaneciendo en la ciudad algo más de un mes, desde el 21 de octubre al 25 de noviembre de 1614. Su llegada despertó una gran expectación, en especial al pasar por Triana y al atravesar el puente de barcas. Al otro lado del puente la esperaba el Cabildo municipal, con el conde de Salvatierra, asistente, a la cabeza, y toda la nobleza de la ciudad, que escoltaron hasta el Alcázar al extraño séquito, vestido a la usanza japonesa y con rosarios al cuello, entre los aplausos de la gente que se agolpaba en las calles. El día 27 fueron recibidos oficialmente por el Cabildo municipal, en un acto solemne donde Hasekura entregó a la ciudad tres valiosos objetos de parte de Masamune: la carta, una daga y una catana. La estancia de la embajada en Sevilla fue tan espléndida como costosa. Casi un millón de maravedís fue la cuenta final, que produjo un debate notable en el seno del Cabildo, ante la oposición de varios veinticuatros que lamentaban gastos tan elevados para una ciudad que se encontraba prácticamente en quiebra, con sus rentas embargadas.
Al cabo de siete años, tras atravesar España y llegar a Roma, concluyó finalmente la embajada. Los logros fueron prácticamente nulos en relación a lo previsto por sus promotores. Hasekura pudo volver por fin a Sendai en 1620, sin duda sorprendido ante la extraña circunstancia de volver a su país con un nombre cristiano, bautizado en Madrid ante la misma familia real, cuando en Japón el cristianismo estaba ya prohibido y duramente perseguido. Sotelo acabó en Filipinas, enfrentado a las autoridades civiles y religiosas, hasta que volvió disfrazado a Japón, donde murió condenado a la hoguera en 1624. A pesar de todo, hay que valorar y reconocer que esta larga y complicada peripecia diplomática supuso uno de los pocos contactos directos entre Japón y Europa anteriores al siglo XIX, y así se ha mantenido su recuerdo en Japón hasta la actualidad. En nuestro país son muchos los testimonios conservados, en especial en Sevilla y en sus archivos, e incluso se ha mantenido en Coria del Río hasta nuestros días la descendencia, de apellido Japón, que parece proceder de algunos miembros del séquito de la embajada que permanecieron en tierras sevillanas sin volver a su lugar de origen.
Merece la pena reconstruir este episodio insólito de la historia de la ciudad cargado de simbolismo, de encuentro de culturas, de relación entre el lejano Oriente y Occidente, cuando Sevilla era, en palabras de Domínguez Ortiz, “puerta de España y puerta universal de Europa”.